Recuerdos

Cristina Sánchez-Andrade
Cristina Sánchez-Andrade ALGUIEN BAJO LOS PÁRPADOS

OPINIÓN

PACO RODRÍGUEZ

09 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Me acuerdo de los corderos, de su olor a sudor antiguo, como el que se queda pegado en las mantas cuando estamos enfermos y nuestra madre nos cuida. Me acuerdo del olor a humedad de la catedral de Santiago, una sensación que brota de un lugar indefinido del cuerpo, que muerde la boca del estómago y que produce ternura, nostalgia y frío al mismo tiempo. Me acuerdo de las tardes de siesta: olor amarillo que es el rebuzno de un burro en la soledad. Me acuerdo de cuando murió. Con ella desaparecieron sus vestidos, sus chales, sus joyas, sus cosas. Todo se fue y solo quedó su fragancia: la de las bolsitas de lavanda que siguieron en los cajones, entre la ropa interior. Me acuerdo de un día en el metro: una ráfaga, un tufo a tripas, a secretos y a complicados procesos digestivos que se propagaban por el vagón. Me acuerdo de una pelea infantil. El pelo de esa niña estúpida tenía impregnado el olor de los caracoles cuando los aplastas contra el suelo en los días de lluvia. Me acuerdo de las batas blancas, de las salas con olor a lejía, de las sonrisas amables y del sabor de las lágrimas en los labios. Me acuerdo de la bruma con olor a puerro y a leche: ese día, el frío había entrado en mi corazón. Me acuerdo: a la vista de todos, en el parque, un seno enorme, de una tensa voluptuosidad, con el pezón oscuro. Un perfume a almendras y canela nos devolvió a nuestra infancia, al regazo amoroso de las abuelas. Me acuerdo de una sombra descolgándose en la noche, ágil y silenciosa, una sombra con olor a gallina, o a manzana. Me acuerdo del vuelo de las moscas azules alrededor de los higos maduros y abiertos en las tardes de finales de agosto. Me acuerdo de tu efluvio enloquecedor en la oscuridad, del dolor escurridizo que desde hace un tiempo va y viene subiéndome desde las tripas o sorprendiéndome con una punzada instantánea en el corazón. Dice Luis Buñuel, en Mi último suspiro: «Hay que haber empezado a perder la memoria, aunque sea solo a retazos, para darse cuenta de que esta memoria es lo que constituye toda nuestra vida. Una vida sin memoria no sería vida…».