Fuciños fuera

Álvaro Fernández de Mesa

TORRE DE MARATHÓN

CESAR QUIAN

09 may 2024 . Actualizado a las 18:37 h.

Iba a decir que la cosa no empezó bien, pero sería mentira. La verdad es que empezamos con mucha ilusión. Parecía que se había hecho por fin algo interesante, y la gente estaba expectante. Pero pronto llegó la desconfianza, al ver que no se alcanzaban los objetivos. Hubo semanas muy duras. Estuvo a punto de consumarse un motín que echase al capitán del barco. Hasta enero fue terrible.

Ahí también hubo un momento crítico, en el que parecía que habíamos tocado fondo. León, 14 de enero. Ahí, hasta los más defensores de Imanol dudaron. Quizá era el momento de cambiar el rumbo. Otra vez más, y ya no se sabía cuál. El siguiente domingo era vida o muerte contra la Ponferradina, y salió cara. Ahí empezó todo. Vigo, Fuenlabrada, Logroño… hasta siete victorias seguidas, y nos vimos en lo más alto. Pequeño bache de dos empates, pero el liderato seguía vivo. Otras cinco victorias de golpe. Y después llegó el Arenteiro. Qué golpe más duro, Arenteiro.

En casa, con dos goles arriba en la segunda parte, van y nos empatan en el último minuto. Ahí volvieron todos nuestros fantasmas pasados. Y es que la ventaja seguía siendo grande, pero teníamos un problema: que somos el Dépor. Y el Dépor es experto en deportivear, es decir, en liarla cuando parece que todo está tranquilo. El miedo siempre tiene que estar presente. Por eso estábamos tan rayados cuando ganamos varios partidos seguidos por tres o cuatro goles. ¿Minuto 35 de partido y ya está sentenciado? Algo no cuadra. De repente nos descubrimos pasando segundas partes relajados, sin tensión. Celebrando goles mecánicamente. «Ah mira, el cuarto». Era muy raro.

Yo creo que tiene que ver mucho con nuestro carácter gallego. El aficionado del Dépor es cenizo hasta el agotamiento. O prudente, si es que queremos ver el vaso medio lleno. Pero es que nunca lo vemos así. La experiencia nos anima a pensar que algo va a salir mal, que se torcerá en el último momento de forma enrevesada. Con un penalti flojo de en el descuento; con una colleja amistosa castigada con expulsión; con un portero buscando venganza diez años después; con un cabezazo que se va a centímetros de la portería; con un brote de covid no notificado; con una agresión antes de la prórroga.

El gol del Arenteiro nos llevó a todas esas veces que estuvo a punto de ser y no fue. A los fuciños, a los malditos fuciños que tanto tiempo llevan persiguiéndonos. Pero esta vez no. Esta vez es distinto. Ningún grupo de jugadores transmitía tanta ilusión desde, probablemente, aquel de la primera vuelta de la 2015-2016 en la que quedamos sextos. Ahora estamos con el mismo líder que aquella vez a los mandos, y con un grupo de chavales y veteranos que han formado un equipo indestructible, una piña. Una piña que está muy mal de la cabeza. Y por eso ganamos en Sestao un partido que, en cualquier otro momento de los últimos años, hubiésemos perdido.

Hay quien firma el empate para el domingo. Es cierto que no sería un mal resultado, y que «ya nos conocemos, más vale amarrar». Pero también nos valía contra el Albacete. Así que vamos a dejarnos de miedos y cálculos. Esta vez no nos la quitan de ninguna parte. El domingo vamos a salir a pasarles por encima. Aplasta, Dépor.