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La subasta interminable: las bragas de Eva Braun y otras intimidades del Tercer Reich

Una fascinación perversa

La subasta interminable: las bragas de Eva Braun y otras intimidades del Tercer Reich

Eva al descubierto Estas bragas de seda pertenecieron a Eva Braun. Se subastaron por 3300 euros con un lote de recuerdos que recogió un soldado estadounidense de Berghof, la residencia alpina de Hitler. A la izquierda, Hitler y Eva Braun en su casa de las montañas.

El mercado de objetos ligados a Hitler y la jerarquía nazi está más activo que nunca. Y tiene explicación: los nietos han sacado a la venta las reliquias de sus abuelos. Armas, ropa... alcanzan miles de euros en las subastas.

Miércoles, 24 de Abril 2024, 11:52h

Tiempo de lectura: 7 min

Abril de 1945. Mientras la artillería rusa desencadena una tempestad de hierro y fuego que reduce Berlín a escombros, un enajenado Hitler se esfuerza en movilizar ejércitos imaginarios desde un búnker subterráneo a ocho metros de profundidad, protegido por un techo de cuatro metros de hormigón armado.

El teléfono de baquelita desde el que Hitler daba las órdenes, un modelo Siemens rojo, con el águila de la esvástica en su reverso, se remató hace poco por 229.000 euros a un coleccionista anónimo. Paralelamente, en el propio Berlín, la exposición histórica Hitler y los alemanes, la primera del género que se celebrara desde que terminó la era hitleriana, recibió una cantidad de visitantes tan grande que los organizadores tuvieron que prorrogarla.

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Trapos sucios. Estas bragas de seda rosa pertenecieron a Eva Braun. Se subastaron por 3300 euros con un lote de recuerdos que recogió un soldado estadounidense de Berghof, la residencia alpina de Hitler. Los calzoncillos de la izquierda se vendieron por 5000 dólares en 2017 en una subasta a un comprador anónimo. Supuestamente, el dictador se los dejó en el hotel Graz de Austria en abril de 1938. Los envió a la lavandería y se fue ante de que se los devolviesen. El vendedor es descendiente de los dueños del hotel. Hay quien duda de su autenticidad, pero tienen las iniciales A.H. bordadas.

Es evidente que la memorabilia nazi ejerce una cierta fascinación, incluso en personas políticamente muy alejadas de aquella ideología. El mercado de recuerdos nazis se ha puesto de moda y resulta asequible para todos los bolsillos, pues oscila desde botones de uniforme que pueden conseguirse por un euro en Internet hasta un Mercedes perteneciente a Hitler adquirido por un potentado ruso en seis millones de dólares.

El coleccionista Kevin Wheatcroft duerme en la cama de Hitler: «He cambiado el colchón», aclara

El coleccionista de objetos nazis más avezado es un británico, Kevin Wheatcroft, que se jacta de dormir en la cama de Hitler («aunque el colchón lo he cambiado»). Este próspero empresario de la construcción comenzó la colección con un casco de acero que su padre, combatiente en la Segunda Guerra Mundial, trajo a casa como recuerdo.

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De su puño y letra. El dueño de la casa de subastas Alexander Autographs, que vendió esta escribanía por 423.000 dólares, sostiene que es la que utilizó Hitler para firmar, en 1938, el Pacto de Múnich.

Hoy, su colección ocupa varios almacenes en los que acumula piezas tan voluminosas como carros de combate, no menos de cincuenta bustos de Hitler y hasta la puerta, baldosas y reja de la celda que el futuro Führer ocupó en la prisión de Landsberg, después de su frustrado intento de golpe de Estado (el pusch de Múnich, 1923), encierro que aprovechó para escribir Mein Kampf.

«Supe que iban a rehabilitar el edificio de la cárcel donde estuvo Hitler y no lo pensé dos veces –relata Wheatcroft–: me fui a Múnich, aguardé a que los obreros salieran a almorzar a una taberna cercana, fui y los invité a una ronda de cerveza. Repetí la invitación unos cuantos días y al final regresé a casa con la puerta, la reja de la ventana y unas cuantas baldosas del suelo de la celda de Hitler».

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Mi lucha como medalla deportiva. Hitler escribió Mi lucha en la prisión de Landsberg. Este ejemplar encuadernado en ámbar con refuerzos de plata fue el  premio que se entregó al ganador de una carrera de obstáculos celebrada en Rostock en 1938. Se subastó décadas despues por 25.875 dólares.

Otro de los trofeos hitlerianos de Wheatcroft es un oxidado botellero rescatado en 1989 por él de las ruinas del Berghof, la residencia alpina de Hitler, con cierto riesgo de que lo metieran en la cárcel, pues entonces estaba prohibido en Alemania todo lo relacionado con las reliquias del nazismo. A más de un español le costó un disgusto levantar el brazo para llamar a un taxi. De hecho, el Gobierno bávaro dinamitó las ruinas del Berghof en 1953 para evitar que se convirtieran en lugar de culto de los neonazis.

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Su arquitecto favorito. Trofeo que Hitler regaló en 1934 al arquitecto Albert Speer en homenaje a su diseño del complejo que albergó el congreso nacional del partido en Núremberg. Se ha vendido por 40.250 dólares.

El comercio de recuerdos nazis ha existido siempre, basta con dar un paseo por cualquier mercadillo de Europa para encontrar Cruces de Hierro o dagas de las SS que pueden adquirirse por unos pocos euros. Estos objetos suelen ser réplicas, lo que explica su baratura y abundancia. Sin embargo, el mercado de objetos nazis se ha animado en estos últimos años con multitud de aportaciones que parecen originales.

Este fenómeno tiene su explicación: los soldados aliados solían coleccionar trofeos de guerra. Casi todos ellos volvieron a sus hogares con la mochila repleta. Esos recuerdos que han permanecido inmovilizados por espacio de más de medio siglo salen ahora a la luz cuando los nietos de los héroes, cuya vinculación sentimental con los objetos es menor, los sacan a subasta para eliminar los trastos acumulados por el abuelo y de paso ganar unos eurillos.

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El regalo a Franco. Único superviviente de una serie limitada a 75 unidades. Incluía seis maletas hechas a la medida del maletero. Franco lo usó poco, quizá porque no le resultaba muy práctico: solo alcanza 67 km/h y consume 38 litros a los 100 km.

Es interesante señalar la diferente actitud de rusos y americanos como fuerzas de ocupación en la derrotada Alemania. Mientras los americanos, gente bien alimentada y procedente de un país con razonable acceso a bienes de consumo, apreciaban los trofeos ceremoniales y los objetos suntuosos, de los que los nazis habían realizado una gran producción, los humildes rusos, muchos ellos campesinos analfabetos procedentes de aldeas miserables, saqueaban preferentemente objetos de uso cotidiano como relojes, zapatos, máquinas fotográficas y utensilios de cocina.

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«El infalible tirador». Sobre la firma grabada de Heinrich Himmler leemos la inscripción «el infalible tirador», lo que permite pensar que fuera un regalo del propio Hitler. Pagaron 25.875 dólares por ella en una subasta.

Es conocida la anécdota del sargento Melitón Kantaria clavando la bandera roja en lo alto de las ruinas del Reichstag, el edificio que para los rusos representaba el corazón del estado hitleriano. En la foto original, que es un posado, se observaba que el camarada que lo ayudaba lucía un reloj de pulsera en cada muñeca, lo que evidenciaba su condición de saqueador. Cuando lo advirtieron, retocaron la foto para que solo apareciera un reloj. Por cierto, la histórica bandera se venera hoy desplegada en una vitrina del Museo Central de las Fuerzas Armadas de Rusia. Y la cámara con la que el famoso reportero de guerra Yevgeny Khaldei realizó la foto, una Leica III, se subastó en 2014 en Honk Kong.

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La mesa gigante. En el Museo de Historia Alemana de Berlín se muestra el escritorio del Führer, del tamaño de un tablero de tenis de mesa, procedente de su despacho en la Nueva Cancillería de Berlín (despacho no menor que una cancha de tenis).

La residencia alpina de Hitler está revelándose como la fuente de una buena cantidad de memorabilia nazi. Entre los trofeos de esa procedencia destacan unas coquetuelas bragas de seda que pertenecieron a Eva Braun, la amante de Hitler (y esposa unas horas antes de que los dos se suicidaran en el búnker de Berlín). Las bragas, color lila, con lacito en la cintura a la moda de entonces y las iniciales de la propietaria bordadas, fueron subastadas (por 3300 euros) con un lote de recuerdos procedentes de un soldado americano de la 101 División Aerotransportada (la que ocupó la residencia de Hitler). Probablemente tan íntima prenda, proviene, como muchos otros recuerdos, de un cambalache por alimentos.

La depauperada población local había saqueado los restos de las residencias y edificios nazis en el periodo intermedio entre su abandono por la guarnición SS que los custodiaba y la llegada de los ocupantes americanos.

Sin abandonar el estimulante capítulo de la ropa íntima de las grandes figuras del Reich, merecen mención unos calzoncillos de fina seda que pertenecieron a Hermann Göring, el robusto Reichsminister del Aire y mano derecha de Hitler. Aunque sobradamente capaces (114 centímetros de cintura), muestran que su rozagante propietario había adelgazado algo en los últimos meses de la guerra. Esta prenda procedía de la colección de recuerdos del doctor John K. Lattimer, otro coleccionista famoso que hizo buen acopio de trofeos aprovechando su posición como médico de cabecera de los jerarcas nazis durante los juicios de Núremberg. En un intento por congraciarse con diversas organizaciones judías que protestaron por el acto, el catálogo de la subasta se tituló Hitler y los jerarcas nazis, una visión del mal.

Los calzoncillos de Göring alcanzaron la respetable cantidad de 3000 euros y se adjudicaron a un anónimo comprador argentino que pujó también hasta 275.000 euros por una chaqueta de Hitler. Otra pieza interesante de esta colección es un dispositivo de cuero que permitía disimular una pequeña pistola en el pantalón, al parecer del propio Hitler.


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